ESTE NAVARRO DE 30 AÑOS ES EL MEJOR PILOTO DE TRIAL BICI DEL MUNDO
Benito Ros, el Indurain del Trial
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Aunque ha ganado ocho mundiales, vende bicicletas y participa en exhibiciones para ganarse la vida
Hay una edad en la que la mayoría de los niños quieren ser futbolistas y marcar goles en estadios repletos como ven hacer cada semana a Messi o a CR7. Otros sueñan que encestan canastas imposibles, ganan anillos, Europeos y Mundiales como han visto hacer a Gasol. Algunos se imaginan de amarillo en los Campos Elíseos de París, al igual que Contador, Indurain o Perico…
Desde esa perspectiva, podría decirse que la infancia de Benito Ros fue como la de casi todos los niños. O tal vez no. Él también soñaba con hacer de su juego favorito su profesión. Pero por más que pasaba los canales, la pequeña pantalla nunca le mostró a un ídolo cuyos pasos seguir.
Desde que tiene uso de razón, El Trapero, como le conocen en su pueblo, se recuerda subido a una bicicleta. En su caso pedalear era una necesidad. Sus padres vivían a las afueras de Abárzuza, una pequeña localidad situada en la comarca navarra de Tierra Estella. La bici era su medio de transporte. La necesitaba para ir al colegio, para quedar con los amigos y para hacer cualquier recado. Quizá por eso, cuando llegaba la hora de jugar prefería buscarle otros usos. Mientras otros echaban carreras, él hacía caballitos, saltaba sobre piedras o se arrojaba escaleras abajo… «En realidad no sabía lo que estaba haciendo», confiesa. Ni él ni la mayoría de las personas que le rodeaban. Con 9 años, sus abuelos quisieron regalarle una bicicleta especial para esas cosas que hacía su nieto entre las rocas del río. «Su intención fue muy buena, pero me regalaron una de BMX y tuvimos que cambiarla. Mi abuela pidió una bicicleta para dar saltos…», recuerda.
Hasta que un día llamó literalmente a su puerta Iker Lezeta, un piloto de trial que veraneaba en un pueblo cercano. «Vino porque le dijeron que en Abárzuza había un chaval que hacía lo mismo que él», recuerda Ros. Lezeta le explicó que lo que hacía no era ninguna locura, que se llamaba trial, que había un importante calendario de competición en el País Vasco. Y que tenía talento.
«No tengo médico, ni masajista, ni agente, mi equipo somos mi novia y yo»
Benito decidió intentarlo. Acudió a su primera competición con 13 años. «Empecé un poco tarde, pero soy de los que se empeña en los proyectos y di todo lo que podía con mucha ilusión». Dos años más tarde era campeón de Navarra en categoría júnior. Al año siguiente, campeón de España. Y en 1999, campeón del mundo.
Hoy puede presumir de ser el mejor piloto de trial de la historia y uno de los deportistas más laureados de este país. Tiene nueve Campeonatos de España, ocho Mundiales y cuatro Copas del Mundo. Sin embargo, para vivir de su deporte tiene que vender bicicletas —tiene la concesión de la marca Koxx en España— y recorrerse el mundo realizando exhibiciones en fiestas populares, centros comerciales o platós de televisión. Exhibiciones en las que, como pudimos comprobar recientemente en la redacción de MARCA, puede saltar por encima de cualquier obstáculo —o persona— sin apenas carrerilla. Ayer regresó de Chile y antes estuvo en Italia, donde batió su sexto Récord Guinness. «Los récords no aportan nada deportivamente, pero como en algunos países se dan por televisión, se puede ganar dinero», reconoce.
Escuchando a Benito, resulta inevitable imaginarse a Messi despachando botas y balones y haciendo exhibiciones en Las Ramblas para ganarse la vida. «Con todos los respetos hacia Messi, que es un máquina, él no ha ganado todavía ningún Mundial», dice entre risas y en tono de broma. Y añade algo más serio: «No hay que comparar cosas que no tienen comparación. Yo elegí mi deporte con todas las consecuencias, pero según cómo lo mires está bien o mal que un deportista de mi nivel sólo pueda aspirar a esto. Yo pierdo dinero cuando compito porque tengo que dejar de hacer exhibiciones. Y lo tengo que hacer todo solo. No tengo ni mecánico, ni masajista, ni representante. Mi equipo somos mi novia y yo».
En cierto modo, Benito es víctima de una extraña paradoja. Fuera del mundillo del trial es casi un desconocido, y en su pueblo están tan habituados a que cada vez que va a un Mundial vuelva con el oro al cuello, que lo ven como algo normal. Como ocurre tantas veces, no será hasta que cuelgue la bicicleta cuando se valoren realmente sus éxitos.
Por suerte, parece que ese momento está lejos. A sus 30 años, sigue entrenándose tres horas diarias, además del trabajo en el gimnasio, con la ilusión del primer día. Aunque no le quedan títulos que conseguir, le mueve la pasión: «Mi reto es ver hasta dónde puedo seguir. Ha habido pilotos que han estado a buen nivel hasta los 33 años, el reto es superar eso».
